Es una de las leyendas de la alfombra sagrada del viejo Vivero y su banquillo le inmortalizó. Paco Herrera (Sabadell, 1953) se siente pacense y del Badajoz a pesar de lucir un curriculum envidiable que traspasa fronteras.
-Veinte años después vuelve a ascender, esta vez a Primera con el Celta.
-Yo sabía que iba a ascender este año a Primera con el Celta. Lo sabía porque el equipo tenía las mismas hechuras que el de hace veinte años y aquel ejemplo me servía para este ejemplo. Siempre tendremos en la memoria el recuerdo entrañable del ascenso con la victoria incuestionable ante el Cartagena. A veces rebobino y veo imágenes de aquellos años por la añoranza.
-Pero el Badajoz, en cambio, no solo está de nuevo un paso atrás, sino con la incertidumbre del proceso de liquidación.
-Ha sido un palo para la ciudad, porque no es bueno que desaparezca un club de la historia del Badajoz, por supuesto para los aficionados y para todos los que hemos trabajado dentro del club. Esos recuerdos estarán dentro de nosotros, pero es como si se te hubiera muerto alguien muy cercano, un familiar.
-¿Cómo pasó los nervios en el banquillo?
-Muy tranquilo porque sabía que íbamos a ascender, estaba seguro, porque el equipo lo decía todos los días en el entrenamiento. De todos los equipos que he manejado, junto al de este año porque es muy parejo en eso, es el que me ha hecho sentir más orgulloso, más entrenador por el compañerismo, porque cada jugador se apoyaba en el otro en el campo. Perdimos un partido, que no merecimos , y cuando tuvimos que dar el do de pecho metimos cinco goles al Cartagena.
-¿Con qué detalle se queda de esa tarde?
-Creo que nunca había visto el estadio a reventar. Se estaban haciendo ya los chalets de alrededor y esas torretas llenas de gente, la felicidad de la ciudad, que no la había podido vivir así en mis ocho temporadas de jugador. No digo ya después cuando fuimos al Ayuntamiento, en la feria con el autocar, la fuente llena de gente. Es mi recuerdo más grato.