Muere Miguel Artola, el gran renovador de la historia del siglo XIX

Ganador del Premio Nacional de Historia y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, deja una obra de casi 30 libros, esencial para comprender la España de los últimos 400 años

Miguel Artola, en una imagen de 1999.
Miguel Artola, en una imagen de 1999.Gorka Lejarcegi ZUBIZARRETA

Desde muy pronto, Miguel Artola mostró maneras propias. Dedicó su tesis doctoral a estudiar qué diablos había ocurrido durante la Guerra de la Independencia, que fue una guerra civil y también una guerra contra un ejército invasor, y apuntó ya entonces a la importancia que tienen las ideas políticas en la configuración del Estado y la sociedad. Metido en aquel asunto, sus investigaciones desarmaron los relatos que reducían la extrema complejidad de aquel momento a una simple batalla entre los patriotas y los extranjeros. En lo que terminó siendo Los afrancesados, que se publicó en 1953, mostró que muchos de aquellos a los que la historiografía más convencional y españolista había tratado de traidores “se unieron voluntariamente a José [Bonaparte] para apoyarlo en sus proyectos reformistas y seguirlo en su política”. Las cosas no fueron simples, y el historiador tenía la obligación de reconstruir toda la gama de grises que gravitan alrededor de cualquier episodio del pasado. Esa ha sido una de sus grandes lecciones.

Hoy martes, a los 96 años, Miguel Artola murió en Madrid. El siglo XIX fue uno de los periodos que frecuentó con más perseverancia y mayor brillantez y, en buena medida, la etiqueta que lo define como el gran historiador del liberalismo es cierta. Tras bucear en las entrañas de los afrancesados y de procurar entender a la España que rompía en las Cortes de Cádiz con el Antiguo Régimen y entraba en la modernidad, Artola publicó a finales de los cincuenta Los orígenes de la España contemporánea. Otra lección: el historiador explora el pasado, pero tiene siempre una pata colocada en el presente. Y el presente que vivía entonces aquel estudioso que había nacido en San Sebastián en 1923 era el de la dictadura franquista, con lo que en algunos de los asuntos centrales que lo ocuparon están presentes las inquietudes de una época entera: qué pasó con la Revolución Francesa, qué mundo produjo, hasta dónde pudieron llegar los liberales, qué peso tuvieron las distintas Constituciones y qué tipo de país fueron alumbrando, cómo terminó convirtiéndose el caciquismo en un elemento estructural en la España decimonónica.

Artola escribió alrededor de 30 libros. Estudió en Salamanca, donde fue catedrático entre 1960 y 1969, y con el tiempo obtuvo algunos galardones de referencia: el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales reconoció en 1991 una mirada sobre la España que va del Antiguo Régimen que “combina el análisis de las instituciones y el entendimiento de las realidades sociales y políticas subyacentes”; obtuvo el Premio Nacional de su disciplina en 1992 por Enciclopedia de historia de España; ese mismo año fue investido doctor honoris causa por la Universidad en la que empezó a formarse. La mayor parte de su carrera la realizó en la Universidad Autónoma de Madrid, donde llegó tras dejar Salamanca y de la que se fue en 1988. Fue allí el primer director del Departamento de Historia Contemporánea y una de las figuras que rompieron con un oficio anclado en viejos convencionalismos para abrirlo a las corrientes críticas que llegaban de fuera: creó escuela, muchos discípulos suyos han sido después referentes de esta disciplina. Otra lección más: la curiosidad de un historiador lo obliga a frecuentar terrenos muy distintos. Artola empezó centrado en asuntos políticos, pero luego se enredaría en temas económicos (ferrocarriles, latifundios, hacienda), asuntos militares o temas constitucionales, e incluso publicó en 2012 junto a José Manuel Sánchez Ron Los pilares de la ciencia. Por dar una medida de su rigor: para profundizar en el liberalismo tuvo que ocuparse del Antiguo Régimen.

Otra lección más: el documento. Uno de los proyectos en los que Artola se embarcó desde la Real Academia de Historia, de la que formó parte desde 1981, fue el de volcar en la Red todos los documentos legales producidos en España, desde los godos hasta 1810. Y es que, para romper con las leyendas edulcoradas que maquillan lo que sucedió, hace falta entrar en lo que en cada momento se hacía y se escribía. Artola lo supo desde que se centró en los afrancesados. A muchos historiadores les encantaba, y les encanta, aquel relato glorioso del patriota contra el invasor, cuando igual el conflicto central de la guerra de la Independencia fue otro. Muchos españoles pelearon para que triunfara una dinastía extranjera porque creían que era el mejor camino para modernizar el país. Así que apostaron por José y sus ministros. Artola lo supo ver cuando empezaba la que iba a convertirse en una imponente carrera. Valga, pues, una última lección, la de que el buen historiador está obligado a reventar prejuicios.

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