¡Oíd
Mortales!...
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La historia del Himno
Nacional Argentino es bastante más compleja de lo que
podría parecer a primera vista. Por lo menos, más
compleja que la versión que nos enseñaron en la
escuela. Y si bien a esta altura es conocido por todos
que la letra original fue acortada, existe una larga
serie de anécdotas y detalles (algunos podrían
calificarse de estrambóticos) que sólo son referidos
por los especialistas en el tema.
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Aunque
historiadores, musicólogos y periodistas le dedicaron
no pocas páginas a la Canción Patria en libros y
ensayos como Historia de los símbolos nacionales
argentinos (Luis Canepa), Los símbolos patrios (Dardo
Corvalán Mendilaharsu), O juremos con gloria morir
(Esteban Buch), El águila guerrera (Pacho O`Donnel) o
Argentinos (Jorge Lanata), resulta difícil establecer
las verdaderos acontecimientos que desembocaron en la
creación del Himno, en vista de que las fuentes
ofrecen diversas interpretaciones de los hechos, en
algunos casos complementarias, en otros
contradictorias.
En estos casos, lo más aconsejable suele ser comenzar
por el principio...
DOS CANCIONES PATRIAS
El 15 de noviembre de 1810, el periódico
La Gaceta de Buenos Aires publicó unos versos anónimos,
cuyas primeras estrofas rezaban:
La América toda
Se conmueve al fin,
Y a sus caros hijos
Convoca a la lid;
A la lid tremenda
Que va a destruir
A cuantos tiranos
La osan oprimir.
Según La Gaceta, se trataba de una “...Marcha Patriótica
compuesta por un ciudadano de Buenos Aires, para
cantar con la música que otro ciudadano está
arreglando”. El historiador José Antonio Pillado
atribuye la autoría de texto y música al poeta y
pianista aficionado Esteban de Luca. Sin embargo, su
colega Vicente Gesualdo supone que la partitura en
realidad estuvo a cargo del compositor español Blas
Parera, muy amigo de la familia de Luca. En cualquier
caso, la obra tuvo su debut el 24 de noviembre de
1810, en el marco del festejo por el triunfo de la
batalla de Suipacha. Posteriormente pudo escuchársela
repetidas veces en las reuniones de la Sociedad Patriótica,
y muy pronto alcanzó un importante grado de
popularidad. A diferencia del texto original, que se
conserva en su totalidad, la partitura se extravió y
la música de la marcha sobrevive en un arreglo del
compositor Josué T. Wilkes, posterior a otro similar
del año 1909, de José M. Roldán.
Más efímera resultó la suerte de una segunda canción
patriótica. Se sabe que el 26 de mayo de 1812 tres niños
entonaron en el Cabildo de Buenos Aires, y ante la
presencia de las autoridades nacionales y municipales,
un texto del poeta Saturnino de la Rosa, con música
de Blas Parera. En esta ocasión el nombre de los
autores quedó debidamente asentado en documentos
oficiales, como así también la gratificación
entregada a los niños cantores: 25 pesos a cada uno,
“para un vestido”, como consta en el acta del
acuerdo capitular de la misma fecha.
Sin embargo, pasados apenas unos meses, una nueva
canción patria veía la luz.
EL HIMNO NACIONAL
Al parecer, todo comienza el 24 de mayo de 1812, con
la representación en la Casa de Comedia de la pieza
teatral El 25 de Mayo, de Luis Ambrosio Morante, cuyo
final desembocaba en un encendido himno coreado por
los actores, sobre música original de Blas Parera.
La versión más romántica de la historia señala que
entre los espectadores se encontraba Vicente López y
Planes, quien embriagado de inspiración habría
escrito esa misma noche la primera estrofa de un himno
que pronto reemplazaría al de Morante. Con ligeras
variaciones, esta es la versión que se refleja en películas
como La creación del himno (Mario Gallo, 1910) y El
grito sagrado (Luis César Amadori, 1952).
Pero la verdad parece ser otra. Según documentos de
la época, el 22 de julio de 1812 el Triunvirato envía
al Cabildo un oficio en el que “se recomienda muy
eficazmente al patriótico celo de V.E. el que se
encargue de mandar hacer una composición sencilla,
pero majestuosa e imponente (...) que en todos los
espectáculos públicos se entone al principio de
ellos, con la dignidad que corresponde a la marcha de
la patria, debiendo en el entretanto permanecer los
concurrentes en pie y destocados.” Además de esto
conceptúa de igual importancia que en las escuelas de
primeras letras se cante todos los días, y que un día
señalado de cada semana concurran a la Plaza de la
Victoria todos los estudiantes de primeras letras
presididos de sus maestros y, puestos alrededor de la
pirámide del 25 de Mayo, repitan los himnos de la
patria, “con todo el decoro y acatamiento que exige
esta augusta deidad de los hombres libres”.
La misión de hacer cumplir dicha tarea recae en el
Regidor Manuel José García. Este encarga el texto a
Fray Cayetano Rodríguez, sacerdote, poeta y
periodista, quien cumple con el pedido en la última
semana de julio de 1812. Durante la sesión del 4 de
agosto de ese mismo año, el Cabildo aprueba la letra
y ordena que la misma sea provista de la
correspondiente música, para lo cual el cabildante
García convoca -otra vez- a Blas Parera.
La partitura, escrita para orquesta, es aprobada también
y el denominado Himno Patriótico se estrena el 1º de
noviembre de 1812 en el Cabildo de Buenos Aires, tras
lo cual comienza a cantarse según las indicaciones
del decreto inicial. Al poco tiempo, razones prácticas
simplifican las obligaciones de los escolares: el
gobierno recomienda que los niños lo canten sólo una
vez por mes, en día festivo.
Pero la obra no obtiene la repercusión esperada. La
opinión de Luis Cánepa, en su Historia de los símbolos
nacionales argentinos, es que el fracaso de esta
primera experiencia hay que atribuirla a la falta de
vuelo lírico de Fray Cayetano. Lo cierto es que el 6
de marzo de 1813 la Asamblea General Constituyente
convoca una vez más a la creación de un himno que de
manera heroica resuma los ideales de la Revolución de
Mayo y simbolice el entusiasmo patriótico del pueblo.
De esta manera, los asambleístas Fray Cayetano Rodríguez
y Vicente López y Planes preparan, cada uno por su
lado, un nuevo texto. Durante la sesión del 11 de
mayo de 1813, López y Planes da a conocer su obra y
obtiene la aprobación unánime de la asamblea,
incluido Fray Cayetano, quien admirado retira su
propia letra. El original aprobado por la asamblea es
el siguiente:
Oíd mortales el grito sagrado
Libertad, libertad, libertad;
Oíd el ruido de rotas cadenas
Ved el trono a la noble igualdad
Se levanta en la faz de la tierra
Una nueva, gloriosa nación
Coronada su cien de laureles
Y a sus plantas rendido un león.
Sean eternos los laureles
Que supimos conseguir
Coronados de gloria vivamos
O juremos con gloria morir.
De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece animar
La grandeza se anima en sus pechos;
A su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del Inca las tumbas
Y en sus huecos revive el ardor
Lo que va renovando a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor.
Pero muros y sierras se sienten
Retumbar con horrible fragor
Todo el país se conturba por gritos
De venganza, de guerra y furor.
En los fieros tiranos la envidia
Escupió su pestífera hiel
Su estandarte sangriento levantan
Provocando a la lid más cruel.
¿No los veis sobre México y Quito
Arrojarse con saña tenaz?
¿Y cual lloran bañados en sangre
Potosí, Cochabamba y La Paz?
¿No los veis sobre el triste Caracas
Luto y llantos, y muerte esparcir?
¿No los veis devorando cual fieras
Todo pueblo que logran rendir?
A vosotros se atreve argentinos
El orgullo del vil invasor
Vuestros campos ya pisa cantando
Tantas glorias hollar vencedor
Mas los bravos, que unidos juraron
Su feliz libertad sostener
A estos tigres sedientos de sangre
Fuertes pechos sabrán oponer.
El valiente argentino a las armas
Corre ardiendo con brío y valor
El clarín de la guerra, cual trueno
En los campos del sud resonó
Buenos Aires se opone a la frente
De los pueblos de la ínclita unión
Y con brazos robustos desgarran
Al ibérico altivo león.
San José, San Lorenzo, Suipacha,
Ambas Piedras, Salta y Tucumán
La colonia y las mismas murallas
Del tirano en la banda oriental
Son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó
Aquí el fiero opresor de la Patria
Su cerviz orgullosa dobló.
La victoria al guerrero argentino
Con sus alas brillantes cubrió
Y azorado a su vista el tirano
Con infamia a la fuga se dio
Sus banderas, sus armas se rinden
Por trofeos a la libertad
Y sobre alas de gloria alza el pueblo
Trono digno a su gran majestad.
Desde un polo hasta el otro resuena
De la fama el sonoro clarín
Y de América el nombre enseñado
Les repite, mortales oíd:
Ya su trono dignísimo abrieron
Las provincias unidas del Sud
Y los libres del mundo responden:
Al gran pueblo argentino salud.
Para la música, el gobierno vuelve a confiar en Blas
Parera. Es interesante señalar que los historiadores
no parecen ponerse de acuerdo sobre la verdadera talla
musical del español. Mientras que algunos lo destacan
como el primer director de la orquesta del primer
teatro existente en Buenos Aires, la máxima figura
musical de la Argentina en aquella época, otros los
describen como un modesto profesor de música,
empleado en las casas ricas de Buenos Aires para dar
lecciones de piano, cello o canto, y autor de música
por encargo. Para el compositor Alberto Williams, Blas
Parera “no era un compositor avezado en los secretos
técnicos del arte, sino más bien un autor ocasional,
que se sobrepasó a sí mismo a impulsos de la
inspiración patriótica y de la sublimidad del
momento”.
Sin embargo, la inspiración patriótica de Blas
Parera también es puesta en duda por algunos
analistas. En Wikipedia, una enciclopedia de
desarrollo comunitario alojada en la web con versiones
en más de 100 idiomas, un extenso artículo anónimo
sobre la gestación del Himno Nacional Argentino
ofrece una polémica versión de la historia: “La
Asamblea General Constituyente aprobó la Marcha Patriótica
el día 11 de mayo de 1813. Al día siguiente le
encargó al español Blas Parera componer con urgencia
una nueva música. Algunos autores dicen que Parera
accedió, pero pasados varios días no presentaba ningún
resultado. Finalmente se negó, alegando que la letra
era ofensiva contra España y que él temía las
represalias del gobierno del rey. Fue encarcelado por
el gobierno y obligado a componer bajo pena de
fusilamiento. En una sola noche terminó la partitura
(simplemente copió la música que había compuesto
para la obra de teatro de Morante un año antes), tras
lo cual fue liberado y en el primer barco abandonó
para siempre la Argentina, viviendo algunos años en Río
de Janeiro y finalmente en España, donde murió.”
Esta anécdota, aunque en contradicción con todas las
restantes fuentes consultadas, sienta sin embargo sus
bases sobre un hecho real: la repentina partida de
Parera en circunstancias poco claras. Pero el musicólogo
argentino Carlos Vega lo explica de esta manera:
“Meses antes de su partida, el gobierno argentino
(recuérdese que el país estaba en guerra) exigió a
todos los españoles residentes juramento de fidelidad
a la patria naciente y morir por su independencia
total, legalizando su adhesión mediante una carta de
ciudadanía. Podría ser que la adopción de la
nacionalidad argentina hubiera sido una imposición
demasiado dura para el catalán, y acaso la causa de
su extrañamiento súbito.”
Tampoco existe acuerdo unánime respecto del lugar
donde el Himno Nacional fue ejecutado por primera vez.
Según la tradición, tuvo su estreno en la casa de
Mariquita Sánchez de Thompson, dama de la sociedad
porteña de la época, asidua anfitriona de
concurridos eventos sociales y veladas musicales. Pero
otras fuentes sostienen que el debut de la obra se
produjo el 25 de mayo de 1813 en la Plaza de la
Victoria, al pie de la Pirámide de Mayo, cantado por
los alumnos de la escuelita del maestro Rufino Sánchez.
Y que el mismo día, por la noche, se entonó en el
Coliseo Provisional. Esta segunda versión se
fundamenta básicamente en que, tratándose de un
encargo gubernamental de tamaña magnitud, difícilmente
su estreno se confinara a un ámbito reducido.
Conclusión: la performance en casa de Mariquita Sánchez
de Thompson tendría que haber sido posterior a su
estreno oficial. Aunque no resulta descabellado pensar
en un pre-estreno en las condiciones antedichas,
habida cuenta de que es muy probable que tanto López
y Planes como Blas Parera fueran asiduos concurrentes
de las reuniones organizadas en casa de la dama en
cuestión.
Lo cierto es que la obra alcanzó rápidamente gran
popularidad, y muy pronto quedó instalada en forma
excluyente como canción patria, siendo interpretada
tanto en eventos oficiales y sociales como también en
el campo de batalla. Aunque, como es sabido, no
sobrevivió al paso del tiempo tal como se la conoció
entonces.
Como era de esperarse, el contenido de la letra, tan
apropiada para inflamar el patriotismo del pueblo en
tiempos de guerra, con el transcurso de los años y el
tamiz de la paz acabó por generar cierto malestar en
España. Versos como “y a sus plantas rendido un león”,
“el orgullo del vil invasor”, “y con brazos
robustos desgarran / al ibérico altivo león” o
“aquí el fiero opresor de la Patria / su cerviz
orgullosa dobló”, fueron al fin considerados
ofensivos.
En julio de 1893, a instancias del Ministro del
Interior Lucio Vicente López, nieto del autor de la
letra del Himno, el Poder Ejecutivo resuelve que a
partir de la fecha en los eventos oficiales se
interpretaría sólo la última estrofa. Una
interpelación al ministro López en el Congreso,
pedida por el diputado Osvaldo Magnasco, finalmente
consigue que el gobierno de marcha atrás con la
propuesta. Sin embargo, años más tarde el presidente
Julio Argentino Roca firma un nuevo decreto, ordenando
que en los actos oficiales se canten sólo los cuatro
primeros versos, los cuatro últimos y el coro.
Fechado el 30 de marzo de 1900, el decreto sostiene:
“El himno nacional contiene frases que fueron
escritas con propósitos transitorios, las que hace
tiempo han perdido su carácter de actualidad; tales
frases mortifican el patriotismo del pueblo español y
no son compatibles con las relaciones internacionales
de amistad, unión y concordia”. Esta versión
abreviada por el decreto de Roca es la que se canta en
la actualidad.
En lo relativo al aspecto musical, la historia del
Himno se presenta aun más accidentada. A partir de su
gestación, comienzan a pulular arreglos y
adaptaciones de toda índole, tanto para piano como
para diferentes grupos instrumentales. De hecho, la
edición argentina de la partitura, del año 1850, es
posterior a una edición parisina de 1824, a una
inglesa de 1830 (publicada bajo el título de Marcha
del Río de la Plata) y a otra de origen francés, en
este caso una reducción para piano realizada por el
compositor belga Louis Massemaeckers, titulada Chant
National de Buenos Aires. Existe incluso una edición
del año 1866, para orquesta y banda militar,
efectuada por Crisanto del Cioppo en vistas a su
interpretación en la corte imperial de San
Petersburgo, en Rusia. Sin embargo, el arreglo musical
más conocido es el que realizó el compositor Juan
Pedro Esnaola en 1860, por encargo del director de
Bandas Militares Francisco Faramiñán.
El 2 de agosto de 1924, y muy a pesar de la
popularidad que gozaba la versión Esnaola del Himno,
el presidente Marcelo Torcuato de Alvear crea una
comisión integrada por los compositores Floro M.
Ugarte, Carlos López Buchardo y José André, con el
fin de preparar una versión musical definitiva del
Himno Nacional Argentino. Al cabo de dos años de
investigación, la comisión encuentra en el Museo
Histórico Nacional una partitura que se identifica
como el original de Blas Parera, que hasta entonces se
consideraba perdido. El manuscrito, que habría sido
donado al museo en 1916 por los descendientes de
Esteban de Luca, es calificado como “fuente genuina
y completa”, y un nuevo arreglo basado en esta pieza
se interpreta el 25 de mayo de 1927 en una función de
gala del Teatro Colón.
Las reacciones ante el nuevo himno resultan dispares.
Mientras el diario La Nación habla de “una versión
que produjo el mejor efecto por las modificaciones que
se han introducido al texto corriente, y que el público
aprobó con aplauso caluroso”, las páginas de La
Prensa cuestionan la autenticidad del manuscrito
hallado por la comisión y pide al gobierno que retire
el nuevo arreglo, aduciendo que “el himno actual,
feo o lindo, es una tradición”.
Las cosas llegan al extremo durante los desfiles del
Nueve de Julio, cuando una multitud desafía al
gobierno cantando el himno viejo frente a la Casa
Rosada y es reprimida por la fuerza policial. Esa
misma noche, nuevos incidentes se producen en el
Teatro Colón. Según La Nación, “finalizada la
canción patriótica toda la concurrencia, de pie,
aplaudió con entusiasmo y prolongadamente”. Por el
contrario, La Prensa afirmó que “los empleados
policiales detuvieron a todos los que no estuvieron de
acuerdo con la versión”. El 20 de julio de 1927,
Alvear deja en suspenso la nueva versión del himno y
nombra otra comisión que restaura el Himno Nacional a
partir de la versión Esnaola. En un nuevo decreto,
del 25 de septiembre de 1929, el Poder Ejecutivo
oficializa este trabajo como Himno Nacional Argentino.
Muchos años después, en 1990, la polémica parece
resurgir cuando Charly García enfrenta un juicio por
“ofensa a los símbolos patrios” al incluir, en su
álbum Filosofía barata y zapatos de goma, una versión
del himno adaptada a la estética del rock. Pero el
tiempo no ha pasado en vano: los tribunales autorizan
la difusión de este nuevo arreglo y la polémica
acaba por agotarse en el ámbito mediático.
Ocho años más tarde otro artista popular, Lito
Vitale, prepara una nueva versión del himno para
teclados y sintetizadores. La misma forma parte del
disco El grito sagrado, que incluye además arreglos
de otras canciones patrias, a cargo de intérpretes
argentinos de diferentes géneros como Jairo, Sandra
Miahanovich, Victor Heredia, Pedro Aznar y Juan Carlos
Baglietto. Se trata de un proyecto realizado
conjuntamente con el Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires y el disco es repartido gratuitamente en las
escuelas. En esta ocasión, no se genera ninguna polémica.
Finalmente, cabe mencionar que al cierre de esta edición
no se conocen aún los detalles de una nueva versión
del himno, producida por el periodista y conductor
Mario Pergolini y el historiador Felipe Pigna. La
misma formará parte de un ciclo televisivo sobre
historia argentina titulado Algo habrán hecho, que
saldría al aire durante este mes. Evidentemente, la
historia continúa...
OTRAS HISTORIAS...
La del Himno Nacional Argentino no es la única
historia complicada en materias de canciones patrias.
Vayan, a modo de ejemplo, un par de casos:
El 26 de agosto de 1841, el poeta alemán August
Heinrich Hoffmann von Fallersleben escribió La Canción
de Alemania, a partir de una melodía tomada de un
cuarteto de cuerdas del compositor Franz Joseph Haydn.
La traducción al castellano del texto es la
siguiente:
¡Alemania, Alemania estimadísima,
más estimada que otra cosa del mundo,
cuando es solidaria fraternamente
en su protección y su defensa!
Desde el Maas hasta el Memel,
desde el Etsch hasta el Belt:
¡Alemania, Alemania estimadísima,
más estimada que otra cosa del mundo!
Mujeres alemanas, sinceridad alemana,
vino alemán y canciones alemanas
deben seguir siendo acreditados en todo el mundo como
en los tiempos antiguos,
apasionándonos por hazañas nobles
durante toda la vida
¡Mujeres alemanas, sinceridad alemana,
vino alemán y canciones alemanas!
¡Unidad y derecho y libertad
por la patria alemana!
¡A ellos debemos ambicionar todos
fraternalmente con el corazón y la mano!
Unidad y derecho y libertad
son la prenda de la felicidad;
¡Florece en el brillo de esa felicidad,
florece, patria alemana!
Actualmente sólo se interpreta la tercera estrofa. La
primera fue suprimida porque los ríos que menciona se
encuentran hoy fuera de las fronteras de Alemania, y
la segunda por su contenido, extraño a los ojos
contemporáneos.
Y si de polémicas musicales hablamos, veamos esta anécdota
que tiene por protagonista a Igor Stravisky,
enfrentado al himno nacional norteamericano:
“Escribí un arreglo de Star Spangled Banner a
sugerencia de un alumno (mejor sería decir un
compositor que me visitaba dos veces por semana para
que le reescribiera las obras) y porque durante la
guerra estaba obligado a comenzar mis conciertos con
el himno y los arreglos existentes me parecían muy
mediocres. Compuse mi versión en Los Angeles, el 4 de
julio de 1941; al poco tiempo la interpretó una
orquesta y un coro de músicos negros dirigidos por un
yerno de mi alumno. Tras esta interpretación envié
el manuscrito a la esposa de Roosevelt para una
subasta con el fin de obtener fondos para la guerra,
aunque mi acorde de séptima mayor en la segunda
estrofa de la pieza, la parte que las señoras patrióticas
prefieren, debió de molestar a algún oficial de alto
grado, ya que me devolvieron la partitura con una
excusa. (...) La toqué por primera vez con la
Orquesta Sinfónica de Boston en el invierno de 1944.
En esa ocasión me puse de espaldas a la orquesta y
dirigí al público, suponiendo que cantaría el
himno, pero no fue así. Aunque nadie pareció darse
cuenta que mi arreglo era diferente del que solía
ejecutarse normalmente, al día siguiente, justo antes
del segundo concierto, se presentó en mi camarín un
comisario de la policía y me informó de una ley del
Estado de Massachusetts que prohibía cualquier forma
de “alteración” de la propiedad nacional. Me dijo
que la policía ya había recibido instrucción de
retirar mi arreglo de los atriles de los músicos.
(...). No se si mi versión se ha vuelto a tocar desde
entonces. Debería interpretarse, ya que en ella se
saca el mayor provecho armónico y lineal del material
y sin duda es superior a cualquier otra versión que
yo haya escuchado.”
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