LA VICTORIA
ESTRATÉGICA
(Introducción)
Capítulos
I l
II
l
III
l
IV
l
V
l
VI
l
VII
l
VIII
l
IX
l
X
l
XI
l
XII
l
XIII
l
XIV
l
XV
XVI
l
XVII
l
XVIII
l
XIX
l
XX
l
XXI
l
XXII
l
XXIII
l
XXIV
l
XXV
El enemigo
llega a las Vegas
(Capítulo 4)
El 10 de junio, el mismo día que se
produjo el desembarco del Batallón 18 en
la costa sur, tomé una serie de
decisiones para cambiar el dispositivo
de defensa rebelde en la dirección de
las Vegas de Jibacoa, que comenzaba a
perfilarse como el siguiente objetivo
enemigo en el sector noroccidental.
El personal al
mando de Horacio Rodríguez recibió la
orden de concentrarse en dos grupos: uno
de ellos debía cubrir el camino de La
Herradura que subía por el río —donde
Cuevas había sostenido la imprecisa
escaramuza del día 9—, y el otro, más
numeroso, tendría la misión de impedir
el avance de los guardias por el camino
de camiones que subía desde Las Mercedes
hacia las Vegas, atravesando Los Isleños
y El Mango. Como apoyo de este segundo
grupo, en su retaguardia, en la zona de
Los Isleños, ocuparía posiciones la
docena de hombres que componían la
escuadra de Orlando Lara, que el 3 de
junio habían llegado a las Vegas desde
el llano, y se mantenían hasta ese
momento en condición de reserva.
Ramiro Valdés y Camilo Cienfuegos
en la Sierra Maestra. |
Cuevas, por su
parte, en vista de la amenaza planteada
en el sector meridional por el
desembarco enemigo, recibió la orden de
trasladarse al día siguiente a Mompié,
lugar donde yo estaba en ese momento. Mi
intención, como vimos en el capítulo
anterior, era darle la misión de
reforzar las líneas rebeldes en la
costa, en vista de la nueva y peligrosa
amenaza planteada por el desembarco
enemigo.
En cuanto a las
otras partes de este sector, el personal
de Raúl Castro Mercader y Angelito
Verdecia permanecía en sus posiciones
sobre el camino hacia San Lorenzo, y el
Che se mantenía desde Minas de Frío al
tanto de la situación en la zona más
occidental del frente, que estaba
defendida por los grupos rebeldes
pertenecientes a la Columna 7 de
Crescencio Pérez. Durante las últimas
semanas no se había detenido el trabajo
de preparación de trincheras y otras
defensas en todo el sector, misión que
le había sido encomendada a Huber Matos
y Arturo Aguilera.
Durante la
mañana del 11 de junio, los guardias de
Las Mercedes intentaron mejorar sus
posiciones ocupando el alto de Las
Caobas, elevación que domina el camino
de carros que sale del caserío hacia las
Vegas, y avanzando nuevamente por el
camino de la herradura del río. Esta
vez, sin embargo, Cuevas, quien aún se
mantenía en esa posición pues no había
recibido todavía la orden de trasladarse
hacia Mompié, había tenido tiempo de
preparar bien su posición. Tuvo lugar un
intenso combate que se prolongó bajo un
aguacero torrencial desde las 8:00 de la
mañana hasta pasada la 1:00 de la tarde.
El enemigo fue rechazado y sufrió un
número indeterminado aunque considerable
de bajas. En el parte de Radio Rebelde
sobre esta acción, a la que se denominó
Combate del Potrero de Jibacoa, se
mencionaba el dato de que nuestras
reducidas pero aguerridas fuerzas habían
gastado solamente 350 balas; no
obstante, ordené al día siguiente a
Horacio que registrara con parte de su
personal el lugar donde había ocurrido
el combate para tratar de recuperar el
parque gastado, con lo que hubieran
podido dejar botado los guardias en su
retirada.
Parece que el
efecto del golpe recibido en este
combate inmovilizó al enemigo acampado
en Las Mercedes, pues durante los días
siguientes no hicieron ningún nuevo
intento, ni siquiera de tanteo o
exploración. Sin embargo, la situación
operativa en el sector se modificó
radicalmente con la llegada, entre el 13
y el 14 de junio, de una fuerte tropa
enemiga a la zona de Arroyón. Las
primeras noticias al respecto las recibí
el día 14, como siempre, por la vía de
Horacio Rodríguez, quien mantenía
abierto un constante y eficiente canal
de información conmigo a través de
partes escritos que me enviaba varias
veces al día con mensajeros rebeldes. Se
trataba, según supimos después, de una
nueva unidad completa de combate, el
Batallón 19, al mando del comandante
Antonio Suárez Fowler, compuesto por
tres compañías de infantería —las
números 91, 92 y 93— y una escuadra de
morteros, en total cerca de 400 hombres.
Fidel con los cosecheros de café
de Vegas de Jibacoa. |
La llegada de
esta unidad a Arroyón terminó
definitivamente de confirmarme que el
siguiente paso del enemigo en este
sector sería el avance en dirección a
las Vegas de Jibacoa, con la intención
de ocupar este estratégico lugar. En un
mapa puede comprobarse con relativa
facilidad que la única dirección
razonablemente factible de una tropa
enemiga estacionada en Arroyón, e
interesada en penetrar al interior del
territorio rebelde en la montaña, es la
de las Vegas de Jibacoa. Cualquier otra
dirección supone el intento de trasponer
el imponente macizo de la loma de La
Llorosa, que cierra de manera terminante
el panorama hacia el sureste; o bien
rodear esa montaña hacia el Este para
entrar en Providencia, lo cual carecería
completamente de sentido.
De ahí que al
recibir las informaciones de Horacio el
día 14, llegué a la conclusión de que el
arribo de la fuerza enemiga a Arroyón
significaba que la ofensiva en dirección
a las Vegas era inminente, y que se
produciría probablemente sin solución de
continuidad. No sabía en ese momento que
el Batallón 19 estaba tomando Arroyón
como base avanzada, y que su siguiente
paso demoraría aún varios días, en
espera de la fecha establecida en la
planificación enemiga como "Día-D", es
decir, como el día en que sería lanzada
la segunda fase de la ofensiva desde las
tres direcciones principales de ataque.
Ese día resultó ser el jueves 19 de
junio, cinco días después.
Sobre la base
de esta apreciación, alerté esa noche
de la inminencia del combate a los dos
capitanes que tenían la
responsabilidad de impedir el avance
enemigo en esa dirección. A Lara, en
particular, le ordené que avanzara
desde sus posiciones en la retaguardia
de las líneas rebeldes y se trasladara
a las posiciones de Horacio. En ese
mismo mensaje le incluía un conjunto
de recomendaciones de carácter
táctico, teniendo en cuenta que toda
la experiencia combativa de Lara había
sido en los llanos del Cauto, donde
surgió como guerrillero, y podía no
estar impuesto de algunas de las
particularidades de nuestra lucha en
la montaña:
Si [los
guardias] siguen avanzando déjenlos
acercar bien, explótenles la mina
primero para que los sorprendan menos
protegidos y abran fuego luego.
Es posible que
primero la aviación recorra el camino
disparando. Protéjanse bien en las
trincheras sin dar señales de vida para
poder sorprender a la tropa. No hagan
fuego aunque ellos vengan disparando por
el camino, hasta que no estén a tiro
seguro. No dejes de usar tú un Garand.
También en ese
mensaje le anunciaba a Lara mi
apreciación acerca de la situación
creada en el sector: "Es muy posible que
mañana se muevan hacia acá, ya no pueden
hacer otra cosa". Y concluía con las
únicas palabras de estímulo posibles en
esas circunstancias tan complejas:
"Buena suerte a todos".
No obstante,
partiendo una vez más del principio de
prever todas las variantes posibles de
acción del enemigo, ese mismo día
dispuse el envío de una pequeña escuadra
de ocho hombres al camino que subía por
La Llorosa, en el punto conocido en la
zona como la loma de El Espejo. Esta
escuadra estaba compuesta por cuatro
combatientes del pelotón de Eddy Suñol,
posicionado a la entrada de Providencia,
dos de Lara y otros dos enviados de la
escuela de reclutas.
Al día
siguiente, domingo 15 de junio —era el
Día de los Padres— parecieron
confirmarse mis predicciones, pues el
enemigo avanzó desde Arroyón por el
camino de las Vegas. La gente de
Horacio intercambió algunos tiros y
los guardias se retiraron nuevamente.
Una vez más la actuación de nuestros
combatientes me dejó insatisfecho, por
lo que disparé otro fuerte regaño a
Horacio:
Quiero que me
expliques por qué no dejaron acercar a
los soldados; en qué fundamentas la
necesidad de haberles abierto fuego a
distancia tal que no se pudo apreciar
siquiera una baja, descubriendo la
posición y exponiéndola al bombardeo,
sin el menor chance de sorprenderlos
la próxima vez. Necesito saber qué
razones tuviste para ello, pues a mi
entender no era la táctica correcta,
ni se ajustaba a las instrucciones que
mandé con Lara.
No me han
dicho cuántas balas gastaron, como si
fuera un dato que no interesara para
nada; ni tampoco me han dicho, a pesar
de habértelo preguntado expresamente
por escrito, si registraron o no el
campo donde pelearon los soldados con
Cuevas, y si encontraron o no balas.
Hay cosas que
no se explica uno bien en la actuación
de ustedes. Nunca matan un [...]
soldado, ni cogen un fusil, tiran
cuando no tienen que tirar y no tiran
cuando tienen que tirar [...]; gastan
balas y descubren las posiciones. Esa
no es forma de hacer la guerra. ¿Para
qué quieren las minas? Ahora los están
bombardeando otra vez, es la
consecuencia de lo de ayer; un riesgo
que no compensa los resultados de una
escaramuza.
Vamos a ver si
hacen algo bueno.
En realidad, de
lo que se había tratado era de una finta
realizada por la Compañía 93, por orden
del jefe del Batallón 19, con el
propósito de comprobar si encontrarían
resistencia llegado el momento de la
maniobra real. Ese día 15 y el
siguiente, la aviación estuvo
particularmente activa sobre las
posiciones rebeldes, desatando los
bombardeos y ametrallamientos más
intensos y prolongados que habíamos
presenciado hasta ese momento en toda la
guerra. Era señal inequívoca, no solo de
que las posiciones rebeldes habían sido
localizadas, sino también, de que el
intento de avance hacia las Vegas estaba
muy próximo.
En vista de la
pobre actuación de Horacio tomé la
decisión, el mismo día de la exploración
enemiga, de colocar a Lara en una
posición más avanzada; de suerte, que
fuera con él con quien chocaran los
guardias en su avance desde Arroyón.
Cumpliendo mi orden, Lara comenzó de
inmediato a fabricar trincheras en la
falda de La Llorosa, frente al camino de
Arroyón, con lo cual se colocó, de
hecho, delante y a la derecha de las
posiciones de Horacio.
El 17 de junio
la tropa enemiga acampada en Arroyón
realizó una nueva exploración en
profundidad y chocó de inmediato con el
personal de Lara. A los pocos minutos
del comienzo de la acción, el impacto
directo de un proyectil de bazuca en la
trinchera donde combatía Orlando Lara
hirió gravemente al capitán rebelde. Al
principio se pensó que había sido un
mortero caído exactamente dentro de la
trinchera, pero de haber sido así no
hubiesen quedado rastros de Lara ni de
sus compañeros. Trasladado a toda
carrera hacia las Vegas, recibió los
primeros auxilios en ese lugar, y luego
fue enviado a La Habanita.
Tras la herida
y la retirada de Lara le correspondió
a Horacio hacerse cargo de la
situación. En el parte que me envió
horas después explicó que se gastaron
pocos tiros —un promedio de ocho o 10
por combatiente—, que se le hicieron
no menos de cuatro bajas a los
guardias, y que estos se retiraron.
Además, agregó:
[¼ ] no se
pudieron dejar que se acercaran mucho,
estaban emplazando la 30 y dos morteros,
hubo que tirarles a una distancia como
de 200 metros, los morteros caían en la
posición nuestra. Desde un principio
hubo que retirarse pronto del lugar;
tenían la posición completamente
localizada.
Horacio había
dispuesto la retirada de la línea
rebelde unos 300 metros, con lo cual
la nueva posición venía a quedar,
aproximadamente, 600 metros más atrás
del entronque del camino de Arroyón
con el que venía de Las Mercedes.
Respondí a su información diciéndole
que esta vez no tenía nada que objetar
a su actuación, teniendo en cuenta sus
explicaciones, y le advertí
nuevamente:
Fortifica bien
la línea que tienes ahora. Los soldados
se van a creer que estás donde mismo
estabas ayer. Procura no descubrir tu
posición hasta que no sea indispensable.
[...]
Lo que más me
satisface de todo es que estés
controlando con tanto cuidado el gasto
de balas.
Estoy seguro de
que luchando con inteligencia no podrán
tomar nunca las Vegas. Necesitamos
resistir el tiempo necesario para
recibir refuerzos de armas y cogerlos
cansados aquí dentro.
El Che, sin
embargo, consideró innecesaria la
retirada de Horacio. La inoportuna
herida de Lara nos privaba de su
presencia en este delicado sector en el
momento crucial que se avecinaba, por lo
que la situación no dejaba de ser
preocupante.
Al día siguiente
todos esperábamos el inicio del
verdadero intento de penetración enemiga
en dirección a las Vegas, sin embargo,
la jornada fue de relativa calma en el
sector. En Arroyón, la fuerza acantonada
seguía recibiendo refuerzos, entre
ellos, una escuadra de tanquetas,
camiones y buldóceres. Era evidente que
el enemigo contaba con informaciones
bastante precisas acerca de los
preparativos rebeldes a lo largo del
camino de las Vegas, incluidas las
zanjas abiertas para tratar de impedir
el paso de los equipos motorizados.
El alto mando
enemigo había fijado inicialmente la
fecha del 18 de junio como el día del
comienzo, en todos los frentes, de la
segunda fase de la ofensiva. Pero la
llegada del Batallón 11 del teniente
coronel Sánchez Mosquera a su punto
avanzado en El Cacao se había dilatado
más de lo previsto y, como veremos en el
capítulo siguiente, no fue hasta ese
propio día cuando alcanzó aquel lugar,
desde donde podría lanzarse al asalto de
Santo Domingo, sin duda, el corazón
rebelde en la vertiente norte de la
Maestra.
El día 18, por
tanto, todo estaba finalmente dispuesto
desde el punto de vista del enemigo.
Además de la posición favorable de la
fuerza llegada ese día a El Cacao por el
sector meridional, el batallón
—desembarcado días antes— había recibido
la orden de comenzar a moverse ese mismo
día hacia el interior de la montaña,
hasta situarse en un punto avanzado,
desde el que podría también lanzarse al
asalto del reducto rebelde. En el sector
noroccidental, dos batallones completos
y reforzados —el 17 en Las Mercedes y el
19 en Arroyón— estaban igualmente en
condiciones de intentar el ataque.
A la luz de lo
que ocurrió en los días siguientes en
este sector, es bueno detenerse para
recapitular la situación operativa. Lo
primero que hay que tener en cuenta es
que, en este momento decisivo de la
ofensiva enemiga, con serias amenazas
planteadas en no menos de tres
direcciones distintas y peligros de
menor cuantía en otros sectores del
vasto frente que debíamos defender a
toda costa, contábamos para ello en la
dirección central y noroccidental con
poco más de 200 hombres debidamente
armados.
Una de mis
ocupaciones más constantes, durante
todos estos días previos al comienzo de
la segunda fase de la ofensiva enemiga,
fue ir moviendo los puñados de
combatientes de que disponíamos a las
distintas posiciones que en mayor medida
lo iban requiriendo, de acuerdo con la
urgencia y la gravedad del peligro
concreto planteado en cada caso.
En lo que
respecta específicamente al sector de
las Vegas, después del desembarco
enemigo en el Sur, no me había quedado
más remedio que mover para esa zona a la
combativa escuadra de Andrés Cuevas
porque, sin duda, la posibilidad de
penetración enemiga en nuestro
territorio desde esa dirección
significaba una amenaza mucho más
inmediata y peligrosa. De las escasas
fuerzas que defendían en el flanco
nororiental el acceso al firme de la
Maestra en la zona de La Plata, no tenía
tampoco de donde extraer personal de
refuerzo si, por el contrario, lo que
urgía era fortalecer la defensa en esa
dirección. Camilo, todavía en camino
desde los llanos del Cauto, estaba
destinado a esa zona, precisamente por
la excepcional significación que tenía
el hecho de mantenerla a toda costa.
Por otra parte,
a pesar de mi impresión cada vez más
clara de que en el sector noroccidental
el enemigo concentraría su golpe
principal en la dirección de las Vegas
de Jibacoa, no podía de ninguna manera
desconocerse la presencia del Batallón
17 en Las Mercedes, con la posibilidad
bien concreta de que pudiera intentar un
asalto simultáneo en dirección a San
Lorenzo. Por tanto, era impensable
debilitar nuestras líneas defensivas en
esa dirección. Como se recordará, el
camino de San Lorenzo estaba defendido a
partir de la loma de El Gurugú por las
escuadras de Raúl Castro Mercader y
Angelito Verdecia. Otros pequeños grupos
habían sido colocados en la zona de
Gabiro y en el camino de Purgatorio.
Unas cuantas decenas de hombres debían
mantener estas posiciones en caso de
ataque enemigo en dirección a San
Lorenzo, o incluso, Minas de Frío. No
era razonable mover personal de esta
zona para reforzar las líneas de Horacio
en la dirección de las Vegas, por muy
necesitadas que estuviesen —como
realmente lo estaban— de una inyección
adicional.
En cuanto a los
grupos de combatientes de la columna de
Crescencio Pérez, la 7, que estaban
distribuidos en un buen número de
posiciones a lo largo de la porción más
occidental del frente, había que tomar
en consideración varios factores:
Crescencio era un viejo luchador
campesino, parte de su columna la
integraban vecinos de la zona muy
conocedores de la misma, poseían pocos
hombres con armas de guerra, los cuales
siempre incluyo entre los mejores
armados de que disponíamos para luchar
contra la ofensiva, algunos muy buenos,
como su hijo Ignacio, que murió más
tarde en Jiguaní, casi al final de la
guerra.
En el frente
occidental, por otro lado, estaban
estacionadas unidades enemigas
importantes —los Batallones 12, 13 y 16—
que muy bien pudieran participar en la
operación múltiple que obviamente se
avecinaba, e intentar alcanzar el firme
de la Maestra por la zona de La
Habanita; y, por último, no era posible
debilitar sus posiciones para reforzar
las de Horacio, quien, por tanto,
tendría que defender el acceso a las
Vegas con los hombres de que disponía en
ese momento.
La clave estaba
en que la resistencia se hiciera con
tenacidad e inteligencia, en un terreno,
hasta cierto punto, favorable al
enemigo, en la medida en que le permitía
avanzar de manera desplegada y emplear
medios mecanizados e, incluso,
artillería de campaña, al menos en los
primeros momentos de su avance.
Los puntos
fundamentales a defender estaban un poco
más al Este, hacia donde se dirigía,
según mi criterio, el golpe principal
del enemigo, y, de ser preciso,
concentrar allí el grueso de sus
fuerzas.
En la mañana del
jueves 19 de junio, en movimiento
coordinado con el avance del Batallón 11
de Sánchez Mosquera hacia Santo Domingo
en el sector nororiental, y la
penetración del Batallón 18 de Quevedo
en dirección a La Caridad en el sector
sur, los Batallones 17 y 19 emprendieron
la ofensiva en dirección a las Vegas de
Jibacoa, en el flanco izquierdo de
nuestra línea, cada uno desde sus
respectivas bases en Las Mercedes y
Arroyón. En total participaron en la
operación hacia las Vegas más de 500
soldados enemigos, apoyados por varios
T-37, por la aviación y dos baterías de
morteros.
Los guardias
alcanzaron con relativa facilidad el
punto en que se encuentran los dos
caminos, a partir del cual unieron sus
fuerzas y comenzaron a avanzar en un
frente, relativamente abierto, de unos
500 metros en total, a los dos lados del
camino hacia las Vegas. El bombardeo de
los morteros sobre las posiciones
rebeldes era incesante.
Después de
tirotear al enemigo durante algunos
minutos, los hombres de Horacio
recibieron la orden de retirada y se
replegaron hacia lo que hubiera debido
ser una segunda línea defensiva detrás
de Los Isleños y al comienzo de la loma
de El Mango. En este lugar las
condiciones para sostener el empuje
enemigo eran mucho más favorables, ya
que el terreno se estrechaba entre la
empinada falda de la loma de La Llorosa
y el barranco del río Jibacoa, a la
izquierda de las posiciones rebeldes.
Los guardias se veían obligados a cerrar
su frente de avance y circunscribirlo
prácticamente a unos pocos metros a
ambos lados del camino, lo cual
facilitaba la resistencia rebelde. No
cabe duda de que en este lugar había
posibilidades de sostener la línea, al
menos unas cuantas horas, y causar bajas
al enemigo. Con una preparación adecuada
del terreno y la colocación de minas en
el camino para contener el avance de los
tanques T-37, nuestros combatientes
habrían podido cambiar, en cierta
medida, el curso de los acontecimientos
ese día, si hubiesen estado dispuestos a
hacer una verdadera resistencia.
Sin embargo,
esta segunda posición fue sostenida por
el personal rebelde muy poco tiempo. La
retirada ordenada por Horacio se
prolongó, de hecho, casi sin solución de
continuidad, hasta más allá de la loma
de El Mango. Ya en el parte que recibí
desde la línea de combate, poco después
del mediodía, Horacio me informaba de lo
ocurrido y de su retirada.
Por un mensaje
que me envió el Che a las 2:10 de la
tarde confirmé que en su repliegue,
Horacio había dejado libre toda la zona
de El Mango y se había colocado del otro
lado del río, en la subida de la loma de
El Desayuno. Esto significaba que el
enemigo podía trasponer, sin impedimento
alguno, precisamente la zona donde la
resistencia hubiese sido más efectiva.
En ese mismo
mensaje del mediodía del jueves 19, el
Che me informó de algunas disposiciones
adoptadas en el sector, en vista del
repliegue de la línea rebelde hasta la
loma de El Desayuno, entre ellas, la
ocupación de los firmes alrededor de las
Vegas con algunos combatientes de la
escuela de Minas de Frío. Esa noche me
comunicó que había bajado a la casa de
José Isaac, colaborador campesino que
vivía en Purgatorio, a mitad de camino
entre las Vegas y Minas de Frío, y me
preguntó qué debía hacer en caso de que
las Vegas cayera al día siguiente en
manos del enemigo, lo cual, a su juicio,
era lo más probable. El Che había
concebido el plan, un tanto riesgoso en
las condiciones existentes, de hostigar
a los guardias desde la retaguardia con
parte del personal rebelde que cubría la
dirección de San Lorenzo y con algunos
hombres disponibles que tenía Crescencio
en La Habanita.
Después de
conocer lo ocurrido durante la jornada,
yo también había llegado a la conclusión
de que la caída de las Vegas era
inevitable. En otras circunstancias, la
decisión que cabía tomar era reforzar
esa misma noche las nuevas posiciones
rebeldes en la loma de El Desayuno y
preparar rápido una línea de defensa lo
suficientemente sólida como para
contener al día siguiente la
continuación del avance enemigo en
dirección a las Vegas. No sería la
primera ni la última vez durante la
guerra que una situación difícil fuera
revertida en una noche. Pero teniendo en
cuenta lo que estaba sucediendo ese
mismo día en los otros dos frentes de
combate, era absolutamente imposible
destinar hombres de otros sectores para
tratar de reforzar la línea rebelde en
el acceso a las Vegas.
Por tanto,
nuestra respuesta a la situación creada
en la noche del 19 en este sector debía
adecuarse a la premisa de que al día
siguiente el enemigo ocuparía las Vegas
de Jibacoa. Aceptado este hecho, lo
primero que debía garantizarse era que
los guardias no pudieran dar un paso
más. Las Vegas de Jibacoa, en
definitiva, se prestaba para lograr allí
la contención del enemigo. El lugar era
uno de esos valles serranos a lo largo
de un río, en este caso el Jibacoa,
rodeado por todas partes de alturas y
firmes que, si lograban ser ocupados por
nuestras fuerzas, podían convertirse en
una verdadera ratonera para los
guardias. De ahí que la primera medida
tomada por el Che era plenamente
acertada.
En última
instancia, lo ocurrido ese día en Santo
Domingo y en el camino de las Vegas, y
lo que parecía estar ocurriendo al Sur,
figuraba dentro de nuestros cálculos
como una de las variantes, a saber, la
penetración del enemigo en el corazón
del territorio rebelde y la consecuente
concentración de nuestras fuerzas en
anillos defensivos cada vez más
estrechos, con la intención de proteger
hasta el final la zona de La Plata y sus
objetivos cruciales: la emisora, el
hospital y las instalaciones logísticas
creadas en ese lugar. Y si al final no
fuésemos capaces de defenderla,
dispersar nuestras fuerzas en grupos más
pequeños, en condiciones de comenzar de
nuevo la guerra de movimientos de los
primeros tiempos.
En línea con esa
estrategia decidí esa noche orientar al
Che que moviera el personal de la
columna de Crescencio hacia el firme de
la Maestra, más acá de La Habanita,
incluidos los grupos estacionados en El
Macho y El Macío, al oeste del sector
central de la ofensiva enemiga por el
Sur, con el propósito de irlos
reagrupando para crear líneas de defensa
más cohesionadas.
En el caso
específico de que las Vegas fuese
ocupada por el enemigo al día siguiente,
el personal encargado de la defensa de
su acceso debía ser distribuido por
todos los puntos que permitieran
contener el ulterior avance de esa tropa
en dirección al firme de la Maestra a la
altura de Mompié, en particular a la
zona conocida como Minas del Infierno,
la vía natural de acceso a Mompié desde
las Vegas.
En el mensaje
que le envié con estas instrucciones,
le insistía una vez más al Che en la
concepción básica del plan:
Mientras quede
una esperanza de mantener el
territorio de la Plata, no debemos
variar la estrategia.
El problema
esencial es que no tenemos hombres
suficientes para defender una zona tan
amplia. Debemos intentar la defensa
reconcentrándonos antes de lanzarnos de
nuevo a la acción irregular.
Al amanecer del
viernes 20 de junio, los guardias, en
efecto, reemprendieron el avance en
dirección a las Vegas.
Después de una
débil y breve resistencia, los
combatientes rebeldes comenzaron a
retirarse de la loma de El Desayuno. Al
mediodía ya habían rebasado en su
retirada las últimas casas de las Vegas
y se habían detenido en la subida hacia
Minas del Infierno. De esa manera
dejaron el camino expedito para el
enemigo, cuya vanguardia entró en las
Vegas en las primeras horas de la tarde
casi sin disparar un tiro.
Era más que
elocuente el tono del mensaje que
recibí del Che esa tarde:
Hoy, como
pocas veces en el transcurso de esta
revolución, he recibido un golpe tan
desesperante como este.
Después de hacer
esfuerzos por cubrirle a Horacio el
flanco izquierdo con dos fusiles, 4
granadas, mi presencia personal (y
Miguel), para cubrir toda la loma que
estaba a la izquierda de Horacio.
Tranquilizado porque no dispararon ni un
tiro en la tarde y haciendo planes para
rescatar hasta bombas, que, según
versiones quedaron enterradas, cuando
consigo articular una línea de defensa y
me dispongo a bajar a las Vegas, me
alcanza una nota de Sorí que me anuncia
que ya no hay ser viviente en este lugar
y que Horacio se retiraba hacia Antonio
el gallego [Antonio Morcate, vecino de
Minas del Infierno] con su gente.
El Che
concluía su mensaje con este toque de
ironía, tan característico en él:
Debo decirte que
en estos dos días no se han disparado
tiros. Tu orden de ahorrar tiros se ha
cumplido al máximo.
La información
que yo había ido recibiendo de las
Vegas justificaba plenamente esta
evaluación del Che. Antes de recibir
su mensaje en La Plata, donde
permanecí esos dos días al tanto de
los acontecimientos que se
desarrollaban simultáneamente en los
tres sectores de la batalla, le había
mandado una notica a Celia, quien se
mantenía en Mompié actuando como
enlace, en la que, después de decirle
que las noticias de las Vegas eran
vergonzosas y decepcionantes, le
indicaba lo siguiente:
Comunícale al
Che, orden mía, investigar lo
ocurrido, desarmar a todo el que haya
incurrido en un acto de cobardía y
enviar muchachos de la escuela a
ocupar esos fusiles.
Enviarme
detenido al responsable de la pérdida
del detonador, cable y bomba y cualquier
otra atrocidad por el estilo, y
comunicarle a Horacio la orden de
resistir metro a metro el terreno que
quede de las Vegas con los hombres que
tenga.
A esa hora
todavía yo ignoraba que ya no era
posible hacer resistencia alguna porque
las Vegas había sido virtualmente
abandonada al enemigo, aunque estaba ya
convencido de que los guardias lograrían
su objetivo. Por eso le pedí a Celia en
ese mismo mensaje que ordenara a
Aguilerita comenzar a fortificar con
buenas trincheras Minas del Infierno y
el camino que subía por ellas hacia el
firme de la Maestra, que, como ya dije,
era la ruta más probable del enemigo en
caso de que decidiera proseguir su
penetración.
En el mismo
amargo mensaje que el Che me había
enviado en la tarde de ese día, al
comprobar el virtual abandono por
parte de nuestras fuerzas de las Vegas
de Jibacoa, me pedía instrucciones
precisas sobre qué hacer en los casos
de la escuela de Minas de Frío, las
posiciones de Raúl Castro Mercader y
Angelito Verdecia en el camino de San
Lorenzo; las de Alfonso Zayas en la
zona de El Jíbaro y las del personal
de Crescencio Pérez. Y agregaba, con
acertada valoración de la situación de
conjunto en el sector:
Hay que
considerar ahora la cantidad de caminos
a defender. Yo no tengo armas para
hacerlo si alguna de esa gente no me
ayuda. Sacaré nuevamente de los
claustros las escopetas y veremos. [...]
Yo permaneceré en casa de José Isaac
hasta recibir contestación y órdenes
explícitas, y si a las 5 de la mañana
[del día 21] no las he recibido, hago lo
que crea conveniente, según las
circunstancias.
Tras recibir el
mensaje del Che, le pedí inicialmente
por teléfono a Celia que, en respuesta a
su petición de instrucciones, le
comunicara las siguientes decisiones:
primero, trasladar al personal de Raúl
Castro Mercader y de Angelito Verdecia
hacia Minas del Infierno y la subida de
Mompié para que se hicieran cargo de la
defensa de ese acceso; segundo,
subordinar a ellos el personal de
Horacio y el que era de Lara; tercero,
cubrir con personal de la Columna 7 las
posiciones que estaban ocupando aquellos
dos capitanes en el camino de San
Lorenzo; cuarto, informarle que yo
bajaría a la nueva línea defensiva para
redistribuir las armas de la gente de
Horacio y de Lara entre un refuerzo de
10 buenos reclutas de la escuela, que el
Che debía enviar a ese lugar, más otros
cinco hombres del pelotón de Jaime Vega
que llevaría conmigo para allá. Vega se
había incorporado pocos días antes a
nosotros, con un grupo de combatientes
de la provincia de Camagüey.
En definitiva,
como ya expliqué antes, mi intención
había sido siempre que el Che se hiciese
cargo, si las circunstancias lo exigían,
de la defensa del sector más occidental
de nuestro frente. Así se lo hice saber
expresamente esa misma noche en un
segundo mensaje en que le indicaba que
se ocupara de la defensa de la Maestra
desde Purgatorio hasta Mompié, incluidas
Minas de Frío. Debo decir que durante
todas las semanas de preparación de la
defensa de nuestro territorio, en
previsión de la ofensiva enemiga, y
durante el desarrollo de ella hasta ese
momento, el Che había fungido, de hecho,
como segundo jefe del frente. En los
archivos se conservan decenas de
mensajes intercambiados entre los dos en
los que, por mi parte, no solo le daba
indicaciones acerca de qué hacer en el
sector a su cargo, sino también, lo
mantenía informado de los
acontecimientos en los otros sectores y
él, por su parte, me informaba de las
medidas que tomaba y del cumplimiento de
mis instrucciones; además, me hacía
proposiciones y me daba noticias sobre
lo que ocurría.
La decisión
tomada, en relación con el traslado
hacia Minas del Infierno y Mompié de los
grupos de Raúl Castro Mercader y
Angelito Verdecia, tuvo que ser revisada
casi de inmediato por la evolución de
los acontecimientos a partir del 21 de
junio.
Ese día, Horacio
había pedido el envío de Luis Crespo
para que lo auxiliara en el mando de su
personal, ya que tenía una pierna en
malas condiciones y no podía moverse. En
mensaje a Celia trató de explicar lo
ocurrido, argumentó que su actuación no
se debió ni a cobardía ni a falta de
decisión, y expresaba que había dado a
sus hombres la orden de no retirarse
hasta que en cada emboscada se le
hicieran dos o tres bajas al enemigo.
Esto último era indicio de que, a estas
alturas, todavía Horacio no había
entendido la esencia de nuestra conducta
frente a la ofensiva lanzada por los
guardias, que no era otra que resistir a
toda costa.
Por eso, al día
siguiente, le comuniqué a Horacio su
sustitución por Crespo, al mando del
personal de Minas del Infierno. Hasta
ese momento, el capitán Luis Crespo
había estado a cargo de la fábrica de
minas que establecimos en El Naranjo, a
poca distancia de Santo Domingo. Esa
instalación había tenido que ser
desmantelada y evacuada en vista de la
ocupación del lugar por el batallón de
Sánchez Mosquera.
Es bueno aclarar
que Horacio Rodríguez demostró después
sus condiciones de combatiente y jefe
guerrillero. Fue precisamente su arrojo
la causa de su muerte en Manzanillo, al
día siguiente del triunfo
revolucionario, cuando se disponía a
capturar a varios esbirros de la tiranía
que hasta ese momento habían logrado
evadir el arresto. Pero su actuación en
las Vegas de Jibacoa fue realmente
desafortunada.
Ese mismo día 22
de junio se retiraron de las Vegas de
Jibacoa, de regreso a Las Mercedes, las
fuerzas del Batallón 17 que habían
participado en la captura de esta
posición, metida de lleno en la montaña
y dentro de nuestro territorio. Quedaron
allí las tres compañías del Batallón 19,
las cuales establecieron su campamento
en la parte baja del valle y en las
alturas más pequeñas y cercanas al río.
La relativamente
fácil ocupación de las Vegas de Jibacoa
fue un revés significativo para nuestros
planes de contención y rechazo de la
ofensiva enemiga. En primer orden, se
trataba de un lugar que había sido una
base importante de operaciones para
nosotros. Allí había establecido yo, en
varias ocasiones, la Comandancia. Desde
ese sitio operó Celia durante muchas
semanas en su activa y vital labor de
aseguramiento general del esfuerzo
guerrillero. Contábamos, además, con la
colaboración unánime de todos los
pobladores campesinos. Allí efectuamos,
el mismo día del inicio de la ofensiva
en la zona de Las Mercedes, la primera
asamblea campesina en la Sierra Maestra.
Las Vegas de Jibacoa era un lugar, hasta
cierto punto, simbólico de nuestra
lucha.
En segundo
orden, no podía desconocerse la
significación estratégica de esa
posición por su ubicación al pie de la
Maestra, en el centro mismo del sector
noroccidental de la zona de operaciones
de la Columna 1. La posibilidad de
acceso a las Vegas de medios mecanizados
por el camino de carros de Las Mercedes,
permitía al enemigo mantener un apoyo
logístico fácil a la tropa estacionada
allí, que a su vez se encontraba,
teóricamente, en condiciones de
emprender acciones ofensivas ulteriores
en varias direcciones a lo largo de los
caminos que subían desde el valle hacia
diversos puntos del firme de la Maestra,
entre ellos, lugares tan vitales como
Minas de Frío y Mompié.
Pero tal vez la
significación mayor de la ocupación de
las Vegas de Jibacoa fue su impacto
moral en el mando y las tropas enemigas.
La escasa resistencia encontrada en la
defensa de un lugar tan estratégico, y
el rápido logro del objetivo perseguido,
sirvieron, junto con el éxito favorable
en la operación de ocupar Santo Domingo,
para contrarrestar en el enemigo el
efecto del revés sufrido el propio día
20 por el Batallón 18 en el sector
meridional, y para crear la ilusión de
que la batalla contra el Ejército
Rebelde podía ser ganada con relativa
facilidad. Si bien —como los hechos
posteriores demostraron— este factor
creaba también una engañosa sensación de
confianza que podía llevar al enemigo a
cometer errores de apreciación o
actuación, de consecuencias
potencialmente peligrosas para sus
propósitos; no era menos cierto que
después de los resultados en Santo
Domingo y las Vegas de Jibacoa la moral
del enemigo experimentó un alza
momentánea, lo cual podía traducirse en
una mayor iniciativa y una conducta más
agresiva de su parte.
Todos estos
elementos tenían que tomarse en cuenta
en nuestra valoración de la situación
operativa general después del 20 de
junio, y las medidas que debíamos
adoptar. Con el enemigo en Santo
Domingo, al pie del firme de la Maestra
en La Plata, y subiendo por el río La
Plata en dirección a ese lugar, la
presencia de los guardias en las Vegas
pasaba en realidad a un segundo plano de
prioridad. La táctica a seguir en este
caso era procurar que no dieran un paso
más, es decir, contenerlos y, para
lograrlo, utilizar las fuerzas
estrictamente necesarias. Ya llegaría el
momento de proceder en su contra como,
en efecto, llegó.
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