Desastre natural, comunicación y afectividad
El solo hecho de informar genera un desgaste considerable. Habría que analizar y posteriormente tomar medidas para preparar equipos periodísticos capaces de enfrentar situaciones como ésta.
En situaciones extremas tendemos a revalorar ciertos componentes de nuestra cotidianeidad que damos por “naturales”. Su carácter permanente y fundamental sólo es apreciado ante su ausencia o eclipse. Es el caso de la comunicación e información, en tanto nos ayuda a construir y dar sentido al entorno y a nosotros. La falta de información la hemos vivenciado en varios momentos de nuestras vidas. En lo personal, me tocó vivir el hecho en un avión de regreso a Santiago. Cuando algunos habíamos conciliado el sueño, el piloto nos avisó que debíamos volver a Toronto porque había ocurrido un terremoto en Chile y el aeropuerto y la torre de control estaban dañados. Eso en un principio. Probablemente muchos pensamos que era sólo una medida de precaución, pero luego nos enteramos de los 8,8 grados. Desde entonces comencé a especular sobre mi familia, qué les había pasado, dónde estaban, en qué condiciones, algunos vivían en edificios altos. Nada muy distinto de lo que pensaba y sentía cada uno en su asiento. La angustia e incertidumbre por la falta de información transformaron esas horas en una pesadilla, y de las peores. Al aterrizar, tras varias horas de lo previsto, la necesidad de saber qué pasaba chocaba con el colapso de los sistemas telefónicos.
No obstante, mi hijo, desde Montreal ya se había comunicado por correo electrónico en las primeras horas y anunciaba que todos estaban bien entre tanta desgracia y dolor. Seguimos por internet las transmisiones de la televisión chilena. Aunque se trate de un caso peculiar y en nada comparable a lo que sufrieron muchas personas, da cuenta e ilustra sobre la centralidad de la información y la comunicación en la vida humana, su ausencia o precariedad revela también su carácter de servicio público, con todo lo que ello significa a nivel institucional.
La comunicación mediada tecnológicamente ha sido un factor relevante no sólo para informar, sino para construir y reconstruir con sentido lo ocurrido, cuya expresión más evidente ha sido la transmisión televisiva de “Chile ayuda a Chile”. Este medio ha demostrado ser troncal para informar y dar cuenta de las dimensiones de lo sucedido. El lenguaje televisivo nos conecta con nuestras emociones ante lo que se va mostrando; asoman la solidaridad, la ira, el dolor, la angustia, la ansiedad, el miedo y probablemente una gama muy amplia de elementos. Las transmisiones en directo a las que nos exponemos mucho tiempo refuerzan el carácter afectivo de la televisión (sin descartar lo informativo cognitivo), en especial las “imágenes sin editar”.
Todo esto puede ser un componente de esa sensación de estrés emocional que estamos viviendo y que, en parte, se ha intentado quebrar con el tono esperanzador y comunitario de “Chile ayuda a Chile” conducido por el símbolo de la unidad nacional desde hace décadas: Don Francisco. El giro que se ha intentado dar tal vez buscó abrir un espacio de desahogo y dar paso a la acción solidaria. También mostrar la “devolución” de algunos electrodomésticos saqueados ha ayudado al sentido incluyente de “Fuerza Chile”.
Las prácticas de información televisiva tienen un carácter social e institucionalizado. Sistemas televisivos altamente competitivos generan modos de producción simbólicos que apelan, con algún exceso, a lo afectivo o, dicho de otro modo, radicalizan la vinculación emocional de la narrativa televisiva para captar y fidelizar audiencias. También es cierto que en cualquier transmisión en vivo, y en especial en este terremoto, es difícil desarrollar prácticas de autorregulación, más con la precariedad productiva que exige llegar al lugar devastado y transmitir eficientemente. El solo hecho de informar genera un desgaste considerable, habría que analizar y posteriormente tomar medidas para preparar equipos periodísticos capaces de enfrentar situaciones como ésta, no sólo para cubrirlas, sino para dar un “tono” adecuado a lo transmitido. Un mismo equipo no debería estar mucho cubriendo en un mismo lugar como se ha visto estos días.
En este desastre todos debemos aprender, en el caso de los medios masivos -en especial los de mayores recursos- debieran generar su propias instancias de preparación. La responsabilidad y el valor de los medios masivos en momentos como los vividos nos impelen a reflexionar y a actuar al respecto.
Entre los múltiples aspectos que hemos observado es destacable el papel de las tecnologías de la información (TI) que han demostrado su “flexibilidad”. Además de las conocidas funciones de comunicación, ya se ha documentado su accionar en procesos sociopolíticos, desde las elecciones hasta su uso por movimientos sociales, pasando por constituir expresiones de pluralidad ante estados que buscan controlar la información. Han sido vitales para difundir información y contactar personas, pero también han servido para dar falsas alarmas de tsumani y saqueos, y en algunos países vecinos hasta para hacer aflorar sentimientos antichilenos, nada acordes al momento. De cualquier modo, nada muy distinto a las grandezas y miserias humanas, pero que asumen un carácter masivo y que pueden ser rotulados de negativos.
Mucho hay que reflexionar y corregir en la materia, sin embargo debemos evitar el juicio fácil o la autocomplacencia profesional. Una vez más la comunicación mediada nos conecta con lo mejor y peor de nuestra sociedad y de nosotros. Es una actividad humana, por tanto perfectible, y son los propios profesionales los primeros en reflexionar, aunque también creo que lo deben hacer, muy en profundidad, universidades, organismos profesionales, entidades regulatorias y asociaciones gremiales.
* Claudio Avendaño, director magíster internacional en Comunicación Universidad Diego Portales
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