Cuando lo último que quedan son los huevos
El “Cachorro” Menéndez sabe que está perdido. Que ya no hay nada que esperar de nadie. Pero no llora, ni cantinflea, ni dice que no se acuerda, ni le vienen soponcios. Ese militar argentino, más allá del durísimo juicio que se pueda tener de él, es un ejemplo de valor postrero. Se la jugó y perdió. Ya está viejo, le queda poco hilo en la carretilla, escasos días bajo el sol como para malgastarlos en mariconadas.
El pasado 7 de julio, ante un tribunal argentino de la ciudad de Tucumán, lugar de gran relevancia histórica ya que allí se proclamó la Independencia de ese país, el viejo, gastado y enjuiciado general Luciano Benjamín Menéndez hizo uso de la palabra.
Un testigo presencial manifiesta que “fue un lujo escuchar a Menéndez, quien con voz potente y mirando a los ojos a la querella, al público y al tribunal, habló durante 55 minutos. Una vez más se hizo cargo de todos los actos sucedidos durante la guerra contra la “subversión” y asumió su total responsabilidad. Habló con convicción y con valor. Al finalizar, y en medio de los abucheos del público, se mantuvo firme y de pie hasta que el tribunal se retiró de la sala. Demostró así que, a pesar de desconocer la justicia ordinaria, respeta la autoridad de los jueces. Menéndez no ha perdido la calma y en todo momento se comportó como un caballero. Habrá gente a la que sus palabras no les caigan bien, pero nadie podrá negar que es un soldado de verdad. Un general con mayúsculas”, agrega la fuente.
Luciano Benjamín Menéndez, conocido como “Cachorro”, fue comandante del Tercer Cuerpo del Ejército argentino desde 1975 hasta 1979. Su mando tuvo como epicentro Córdoba, pero su sangrienta sombra alcanzó a 10 provincias. La jurisdicción de “Cachorro” estaba integrada por Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. Y, como si fuera poco, era el responsable de todos y cada uno de los campos de concentración que funcionaron en las provincias que abarcaba el Tercer Cuerpo, donde supervisó y dirigió personalmente centenas de torturas y fusilamientos. Hoy se halla inculpado en unas 800 causas de violación de los derechos humanos. En 1988 se lo procesó por 47 casos de homicidio, 76 de torturas, cuatro de ellos seguido de muerte, y cuatro sustracciones de menores.
El “Cachorro” Menéndez sabe que está perdido. Que ya no hay nada que esperar de nadie. Pero no llora, ni cantinflea, ni dice que no se acuerda, ni le vienen soponcios. Ese militar argentino, más allá del durísimo juicio que se pueda tener de él, es un ejemplo de valor postrero. Y eso no se lo puede arrebatar nadie. Se la jugó y perdió. Ya está viejo, le queda poco hilo en la carretilla, escasos días bajo el sol como para malgastarlos en mariconadas. Perdió “como en la guerra” pero, a diferencia de otros colegas suyos en el continente, mantuvo intactos los cojones. Arreos que por otros rumbos algunos militares extraviaron en una decrepitud pasmosa, titubeante, prostática y vergonzosa. No Menéndez, a quien las víctimas, el pueblo argentino, las viudas, los hijos y familiares de las víctimas puede hacer los cargos que merece, menos el de ser un cobarde. Nada de “obediencia debida” ni los consabidos “no estaba enterado” o “yo nunca di esa orden”. Menéndez, soldado viejo, sabe que la única baza que se puede llevar a la tumba es la de portarse hasta el final como un hombre.
No estamos haciendo aquí una apología al torturador contumaz ni al asesino confeso. No estamos alabando su accionar siniestro. Simplemente estamos comparándolo con otros ejemplares de su misma ralea, agallados cuando tenían el poder omnímodo, brutales y arrogantes, pero que con el cambio de mano se convirtieron en las gallinas más cluecas del corral. ¿Todavía quedan por ahí algunos chilenos afirmando que no se puede aprender nada de los argentinos? Menéndez es la prueba de que están profundamente errados.
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