Desde tangos

Una voz femenina y trasandina me dio la noticia por teléfono: “Rubén Juárez ha muerto”. Como dicen los relatos literarios, me transporté en un conjunto de imágenes a los diversos momentos biográficos que pude asociar al tango de Juárez. Al igual que muchas personas, en mi casa se escuchaban programas de radio dedicados a ese tipo de música y, por tanto, me resultan familiares los nombres de Julio de Caro, Alfredo de Ángelis, Mariano Mores y otros tantos músicos y cantantes de las décadas del 30 al 50. En algunas tanguerías de Santiago y Valparaíso todavía se escuchan estos clásicos. Sin embargo, en las últimas décadas el tango ha tenido que disputarse espacios con la música anglosajona y no siempre ha podido congeniar exitosamente con las actuales generaciones. Es probable que ahora, con grupos como Gotan Project, Narcotango y otros, se esté recién llamando la atención de los nacidos a finales del siglo pasado.

Tal vez la muerte de Julio Sosa en 1964 marcó un antes y un después en la música de Buenos Aires. El rock comenzó su reinado y las melodías típicas perdieron vigencia en el baile y en la radio. Rubén Juárez es quizás uno de los pocos cantantes y bandoneonistas que pudo hacer un puente entre generaciones e incluso tocar con rockeros como Charly García.

A principios de los ‘70 se editó en Chile un disco LP que compré más por intuición que por conocimiento. Así, junto a Black Sabbath, Traffic, Gran Funk o Led Zeppelin fui armando mi propio reservorio musical. El golpe de Estado de 1973 generó un vacío y un silencio que algunos fuimos poblando con músicas y lecturas que nos permitieron rearmar proyectos personales y trayectorias. En ese contexto, los tangos de Rubén Juárez, y especialmente su LP “Nuevos tangos”, fueron tremendamente eficientes para acompañar esos largos días de reclusión en las casas o piezas. En la década siguiente (los 80) lo pude ver por primera vez en vivo. Estuvo un tiempo en Santiago actuando en la Taberna Capri y en el Club de Tango Aníbal Troilo. Ya de más edad, había engordado. Lo pude ver desde la prueba de sonido hasta su presentación en que el bandoneón y su voz coparon el segundo piso de la esquina de San Pablo y Cumming. Fue un sábado notable con personas de distintas edades, aunque debo reconocer que los más “mayorcitos” lo aplaudíamos con entusiasmo mientras algunos hacían peticiones de temas como “Café la humedad”.

En los ‘90 logré verlo de nuevo en su café Homero de Palermo Viejo. No había mucha gente y en el intermedio, cuando él conversaba en el bar, me acerqué y le conté algo de lo que habían significado sus tangos para mí, al principio me miró fijo por un rato largo, luego me abrazó, me invitó a un trago y hablamos en lo que quedaba del intermedio. Recuerdo que en la segunda parte de su actuación incluyó varios temas de ese viejo elepé. Ahora sólo me queda el CD con su dedicatoria y la sensación de que el tango, así como otras expresiones simbólicas, es de quien las vive y se las apropia. Esa noche me comentó que los temas que escogía partían obviamente de sus propios gustos, pero también buscaba (y lo expresaba) vincularse con su época, No ser un “viudo de…”. De esa manera dio espacio a poetas poco conocidos o jóvenes que estaban empezando sus carreras.

Exploró nuevos espacios de significación que le dieron la oportunidad de hacer que una música nacida entre los siglos XIX y XX lograra mantenerse y también, recrearse. Ésa es seguramente una de las claves de la comunicación en los diversos niveles: llegar al equilibrio entre lo conocido y la innovación. En este siglo eso es un lugar común. El espacio mediado se ha vuelto móvil, líquido. Hay quienes apuestan a que sólo vale lo nuevo y que estamos en el punto de quiebre de una “nueva comunicación”. No obstante, en el siglo pasado se planteaba lo mismo cada vez que surgía un nuevo medio, desde el cine hasta la televisión. Es lo propio de una mirada mediocéntrica; es decir, define los procesos comunicativos a partir de los dispositivos y sus gramáticas, olvidando que la comunicación sólo tiene sentido en matrices culturales que proveen las significaciones. Y eso es lo que magistralmente hacía Rubén Juárez: mirar el futuro desde una tradición que valoraba, pero que reconstruía creativamente.