“No puede quedar nada en el plato”
No es posible que una prueba centrada fundamentalmente en la medición de contenidos, legitimando un solo tipo de cultura, evalúe el ámbito de los talentos.
La parábola de los talentos (Mateo 25:14-30, Lucas 19:11-27), una de las más recurridas del evangelio para transmitir enseñanzas vinculadas con la virtud y las aptitudes, parece contener una visión de la educación que ha calado muy profundamente en nuestro tejido social. Los dones -otorgados por un poder superior- deben ser aprovechados y, por ello, se nos premiará multiplicándolos. Si no los utilizamos correctamente, nos serán retirados, incluso aunque sean escasos. Es necesario comerse todo lo que se nos dispone en el plato, dejar algo, por pequeño que sea, amerita reprimenda.
Cuando el panel de expertos convocado por el Ministerio de Educación propone fortalecer la profesión docente, seleccionando a los más destacados e incentivando su ingreso a las escuelas de Pedagogía con becas para quienes tengan más de 600 puntos, pone el acento en esta dimensión de los más talentosos. El resultado buscado parece ser que profesores talentosos -seleccionados mediante este procedimiento- generasen, a su vez, estudiantes talentosos o, al menos, fuesen capaces de gestionar el talento en sus alumnos, perpetuándose un círculo “virtuoso”.
No obstante, el talento parece comportarse más como una construcción social que como un don innato a descubrir y gestionar. La estimulación temprana, la valoración desde el hogar y la escuela, el trabajo sostenido en el tiempo y la evaluación constante del proceso formativo por diversos actores -incluido el criterio interno o de autoevaluación- se constituyen en variables fundamentales para obtener los resultados en base a los cuales se realizará la selección de los “mejores”. Pero ¿a qué se refiere con los mejores? O los mejores, ¿en qué sentido? ¿Cuáles son los sentidos que favorecen los procesos formativos en otros y estimulan el desarrollo de los talentos en los estudiantes que el profesor tiene a su cargo? El talento que se reafirma en el propio narcisismo, distinguiéndose del otro por su clara superación, no parece ser el camino para mejorar transversalmente la calidad de la educación.
De manera complementaria, no es posible que una prueba que se centra fundamentalmente en la medición de contenidos, legitimando un solo tipo de cultura, evalúe lo pertinente para el ámbito de los talentos. El eventual temor de hablar directamente de inteligencia -y de su relación con el talento- parece olvidar todos los desarrollos actuales en la conceptualización de la misma, obviando sus dimensiones emocionales y sociales, las cuales relevan al proceso formativo como determinante en su co-construcción.
Retomado la propuesta de la doctrina cristiana, el que ama de verdad, no deja que se le escape ningún momento para aprovechar sus dones y hacerlos fructificar en beneficio de los demás. El educar parece ser un acto de amor y entrega hacia los otros en el cual es posible enseñar hasta lo que se ignora -en términos de Rancière-, privilegiando el encuentro formativo en sí mismo y el proceso de construcción de sentidos en y por el otro.
Esta perspectiva de la educación recurre a una visión del talento que supone un aprendizaje continuo y laborioso de destrezas que se van internalizando, y de condiciones de posibilidad aptitudinales que se exteriorizan finalmente como competencias observables y evaluables. El énfasis, por tanto, está puesto en el proceso... el resultado vendría por añadidura. Habría que aprender -para, posteriormente, enseñar- a no relegar nada del plato.
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