jueves, 29 de diciembre de 2005
 

El Corbacho o la aprobación del goce mundano
«El quinto pecado mortal es gula. De este no se puede excusar el que ama o es amado de muchos excesivos comeres y beberes en yantares, cenas y placeres con sus coamantes, comiendo y bebiendo ultra mesura»


CARLOS IGLESIAS



Alfonso Martínez de Toledo (1398-1468), Arcipreste de Talavera, es una suerte de encrucijada repleta de contradicciones. Un autor que refleja en parte un pasado, pero que adelanta, incluso en su manera de contar las cosas y en su estilo, la nueva época que se avecina. En su más famosa obra ‘El Corbacho’ (aparte tiene tratados piadosos, traducciones de obras de santos y una crónica histórica), escrita cuando tenía cuarenta años, queda plasmada esa ambivalencia de una manera jocosa, alegre y casi siempre desenfadada.

Historias desordenadas, excesiva abundancia de materiales que raya en la inmadurez, pero certero en sus descripciones, en su lenguaje, en el desfile de caracteres que nos llevan directamente al corazón mismo de la sociedad, que no cabe la menor duda que vivió y disfruto, a pesar de las acerbas críticas que de ella hace; todo lo que de ella ‘reprueba’ se nota, en el fondo, que más bien se convierte en una aprobación.

Por esto cuando nos dice: «Te doy otro consejo, y tómalo por Dios, y habrás mucho remedio y consolación. Huye y evita siete principales cosas, a lo menos: primero, huye comer y beber suntuoso de grandes y preciosas viandas. Segundo, huye vino puro o inmoderadamente bebido; que esto es incitativo de arder de lujuria, según los canónicos derechos dicen», debemos pensar que nos está exhortando a todo lo contrario: a que no nos privemos de esos placeres. Si así no fuera, mal se entenderían sus últimas palabras: «Mas, con arrepentimiento demando perdón de ellas, y me lo otorguen o que quede el libro y yo sea mal quisto para mientras viva de tanta linda dama, o que pena cruel sea… Pero ¡guay del cuitado que siempre solo duerme con dolor de ajaqueca y en su casa rueca nunca entra todo el año! Este es el peor daño.» Él ha disfrutado de esos placeres, y quizás se arrepienta ahora un poco.

El Arcipestre sabe de lo que está hablando, lo ha vivido. Cuando inca el diente al quinto pecado, lo que, en principio, son actos pecaminosos se convierten en una esplendorosa descripción de disfrute gastronómico; un exhaustivo y valioso catálogo de todo lo que se podía comer en aquella época, que merece reproducir en su totalidad: «El quinto pecado mortal es gula. De este no se puede excusar el que ama o es amado de muchos excesivos comeres y beberes en yantares, cenas y placeres con sus coamantes, comiendo y bebiendo ultra mesura; que allí no hay rienda en comprar capones, perdices, gallinas, pollos, cabritos, ansarones -carnero y vaca para los labradores-, vino blanco y tinto, ¡el agua vaya por el río!, frutas de diversas guisas, vengan doquiera, cuesten lo que costaren. En la primavera barrines, guindas, ciruelas, albérchigas, higos, brevas, duraznos, melones, peras vinosas y de la Vera, manzanas jabíes, romíes, granadas dulces y agridulces y acedas, higo doñengal y uva moscatel; no olvidando en el invierno torreznos de tocino asados con vino y azúcar sobrerraído, longanizas confeccionadas con especias, jengibre y clavos de giroflé, mantecadas sobredoradas con azúcar, perdices y vino pardillo, con el buen vino cocho a las mañanas, y ¡ándame alegre, plégame y plegarte he, que la ropa es corta, pues a las iglesias vamos! Aquí veréis con este tal los sentidos trocar, las voluntades correr, el seso desvariar, el entendimiento descorrer: alegría, placer, gasajado, y vía después a llorar. Pues a la noche confites de azúcar, citronas, estuches, ciliatre, matafalúa confita, y piñonada, alosas y tortas de azúcar, y otras maneras de preciosas viandas que dan apetito a mucho comer y beber más de su derecho. Pues, aguas rosadas y de azahar almizcladas, abundancia sin duelo, sahumaduras preciosas sevillanas, catalanas, y compuestas de benjuí, estorach, linum áloe, laúdano, con carbón de sauce hechas como candelillas para quemar; solaces, cenas, almuerzos y yantares por do el comer y beber más de derecho no se puede excusar.» Sin duda que en muy pocos hogares se probarían todas estas exquisiteces, pero allí donde se probaran lo cierto es que no estaba del todo mal, incluso no faltaban las variedades regionales.

No olvida nuestro Arcipreste que el buen comer conlleva siempre el otro placer: «Por ende conviene después de mucho comer y de mucho beber muchas diversas y preciosas viandas lujuria cometer. Y de todo esto el desordenado amor causa fue. Pues verás cómo el que ama, amando, gula por fuerza ha de cometer.» Placeres, ambos, complementarios y muy afines.

Por todo esto cuando el Arcipreste critica, más bien habría que invertir esta crítica y entender que lo que critica es aquello que alaba y desea. Sería muy difícil de otro modo entender estas frases: «Y muchas y más veces viven y mueren mejor los de poco estado que los de grande estado y linaje: que el que poco tiene, poco se precia, y con pan y sardina es contento y harto; no siente pobreza ni trabajo, sino muy poco, ni aun se da mucho por morir o vivir, antes con puro corazón desean de cada día la muerte. Pero el Rey, el Papa y el grande, ¡oh cuánto dolor le es cuando muere, o pierde lo que tiene o no puede mantener el estado que él requiere!»